Agosto 2018

Me vuelve a abandonar la voz. Estoy cansado de que amanezca. No respiro bien. Me hartan todos los ruidos. Me cansa ver movimiento. Veo caras y vuelvo a querer llorar. Quiero que los días se acaben a las 4. Me ponen nervioso los atardeceres. Me asusto cuando estoy quedándome dormido. Otra vez. Despertar asustado. Levantarse y confundirse como quien se levanta y mea. Manejar cansado, comer cansado. Reír con esfuerzo. Acordarme de que me asombraba la música. Ver que la literatura se me hizo un cadáver. Querer llorar si me saludan. Jalarme las palabras con un hilo. Buscar trabajo avergonzado de mí, de mi carrera y de todo lo que con ella se relaciona. Tragar y distraerme arrepentido. Notar que atardece nervioso. Dormirme temprano creyendo que no soy joven y que doy pena. Cansarme ya de una vez por el día que sigue. Es muy temprano para tener estos jodidos pensamientos. ¿Y si me retiro de la vida? No quiero estar atrapado. No sé ni lo que me gusta. No, no es eso: sí se lo que me gusta, es solo que lo juzgo inútil, que no confío en ello porque me ha fallado muchas veces, que me frustra y me hace sentir diminuto. ¿Y qué me importa servir, ayudar, apoyar a una gente de la que me siento aislado? ¿Y saber, estudiar cosas de un mundo que me importa muy poco? No creo que valga la pena. La mentira. Estoy harto, harto de defender cosas vagas, pendejas. Sentido, significado, propósito, trascendencia. Harto de sentirme bien para luego sentirme mal; de ese vaivén infinito, inexorable, implacable. Es algo que cansa. Empiezo a dudar de todo después de dos horas de vigilia. La perspectiva de cualquier actividad me asfixia y asquea. Todo, perder el tiempo de un tiempo que para empezar vale madre. Harto, pues, de estar mintiendo, de decir que sé algo, que me gusta algo, que me interesa algo, que quiero algo, que sirve tratar, que sirve ganar, que se puede aprender, que dolerse es mamar y crecer. Es algo que cansa. La voluntad es lo primero que se me desaparece, harto del descanso, de la esperanza, de re, de y construir –mamadas todas a las que le cambiamos el prefijo para darnos la impresión de que hacemos algo valioso. Es algo que cansa. A veces me toca levantarme con vergüenza de ser yo. Son mañanas en las que me doy cuenta de que estoy metido en puras cosas que odio hacer y de que lo que me gusta hacer no sirve para una chingada. Si sumo las cosas resulta un desperdicio. El reto es cargar con este desperdicio el resto del día. Estudio en secreto como si fuera alquimia inversa el fundamento que me permitiría moverme hacia la nada. Transformar la vida en un metal inerte. Es un descenso a tientas que me sumerge en una podredumbre gradual. ¿Qué más, si no espero nada de los años que me quedan? Si me duermo en este instante me iría satisfecho. Como cualquier libro que uno deja de leer sin llegar al final, podría cerrar mi vida sabiendo que lo que alcancé a leer estuvo bien, que seguramente el desenlace iba también a estar bien, pero que ya no me interesa mucho saber más de esta historia. Estoy plagado de un antisentimiento que se ha llamado absurdo. Yo lo llamo abandono. Es un aislamiento total, sumirte en la indiferencia y volverte insensible hacia lo que te daba significados. El pasado se extingue y el futuro ya ni te toma en cuenta. ¿Qué es eso que se llama reflexión? ¿Qué pretende? Buscarse a uno mismo es una cursi suposición de que hay algo que encontrar. El suicidio fundamental es despreciar el espíritu. Y ese ajetreo de placeres nunca más degradantes, la gratificación del cuerpo y de la mente, que más bien son excusas y persuasiones desesperadas para seguir aquí. Es un declive, una tendencia muy gradual pero muy imparable hacia la disolución final, haca el abandono absoluto. Porque ya no siento la conexión espiritual que me unía a la música. Resultó perecedera como la imagen de Dante y como el valor de la palabra. A un nivel de significados, hasta ahí ha penetrado el abandono. He guardado mis diarios en una caja; lo que está ahí ya es incierto; si tuviera fuerza la arrojaría a algún monte. Estoy cansado de seguir el tiempo caminando sin ganas. Mientras camino veo cosas que deberían emocionarme. Nada me saca de este aplanamiento. No puedo pensar en nada revulsivo, no puedo pararme del sillón.

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