De qué chingados me sirve

tomar medicina si comoquiera quiero llorar; si lo único que ha cambiado es que ahora no puedo hacerlo, que tengo tapadas las glándulas o lo que sea, el culo ocular, si se quiere; y de qué me sirve sentir que tengo deseos de hacer muchas cosas, y sé cómo, e incluso las he hecho, si el puta madre –esto lo digo, por fin, con una lágrima– siguiente día tengo un hastío más grande que el de antier; y sufrir y recuperarme y cuestionar y creer y entrar en el proceso delicioso de enamorarme-escribir-toparmeconlarealidad; o de qué me sirve comer y disfrutar y saber cuál es el sentido de mi vida, porque sé cuál es, porque sé también su significado y por qué se dirige ahí y por qué significa tal cosa; y de qué me sirve saber qué color tienen los ojos más hermosos y la sonrisa de mi hermano y el dueto diabólico de Donizetti y el apoyo y el cariño y mi esfuerzo y mi esfuerzo y mi pinche esfuerzo de fingir que me interesa la vida; de qué me sirve –y esto lo digo ya con lágrimas– levantarme temprano, saludar a mi perrito, leer un par de cuartos de hora, salir emocionado a la escuela, trabajar un rato, si siempre, siempre, siempre aparece la maldita depresión tirando todo al carajo, todo, y ser tan inestable y no poder ni siquiera llorar y fingir que escribir es una forma, también, de desahogarme, de hacer insight, de hanlar conmigo, de ver el enlace entre mis gustos, mi personalidad y algo que respeto de mí; fingir, digo, porque todo es una estúpida ficción, ficción, mentir, decir que sé algo, cualquier cosa, decir que me gusta algo, cualquier cosa, y comer y arrepentirme y ver mis intestinos que se quieren reventar y mi pecho flaco que me recuerda la contradicción que siempre, junto al fingimiento, junto a la hipocresía, la debilidad, la cobardía, la ausencia, aparece siempre que me voltea a ver alguien, me dice una palabre amable y apenas puedo responder con un balbuceo, que de qué me sirve si resulta en una imagen patética, una de alguien que no sabe hablar, que no sabe vivir, que finge hacer lo uno y lo otro, que finge saber quién es iván y quién es él y quién es ella y quién es mozart y quién es el siglo xx y quién inventó el cfdi de las facturas y el código de barras y el isbn de los libros y quién puta madre, quién puta madre, tuvo la insensata idea de meterse a buscar en el aire y desenterrar el maldito fenómeno que llaman música que, de nuevo, es fingir armonía, fingir que el mundo suena como no suena, y poner en una ópera a gente cantando y muriendo y amando y lo demás y ver señores pretenciosos o pretensiosos que dicen tanta pendejada como yo estoy diciendo ahorita que, puta madre, ya tengo que regresar a las prácticas.

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